¡Buenas chic@s!
¿Qué tal esos carnavales? Para mí no es una de mis
fiestas favoritas, no me gustan (sí, ya sé que os parecerá raro que siendo de
Cádiz diga esto, pero que le voy a hacer, no tengo espíritu carnavalesco) pero
bueno, esto no viene al caso de lo que quería contaros.
Quizá algunos conozcáis el grupo «Ladrona de
sonrisas», pero como supongo que la gran mayoría no sabe de qué estoy hablando,
os voy a contar. Ladrona de sonrisas es un grupo de Facebook administrado por
Noelia Moral en el que, además de muchas otras cosas, se organizan concursos de
escritura. Y como yo no puedo ver certámenes que se traten de escribir y no
apuntarme, siempre acabo participando.
Por lo que cuando me enteré de que las navidades pasadas organizaban el primer
concurso de relatos de Navidad, no me lo pensé.
Aunque no resulté ganadora, el buen rato pasado
escribiendo y el bonito diploma que Noelia hizo para todas las personas que
participamos, me animó a apuntarme en el primer concurso de relatos de San Valentín. Y sin duda después de
las dos experiencias, sé que volveré a participar la próxima vez que realicen
otro concurso.
Cuando terminó el concurso de Navidad, pensé en
compartir el relato con vosotros pero entonces me apunté al de San Valentín y
creí que os gustaría más leer los dos en el mismo momento. Así que hoy os
traigo ambos relatos deseando que os guste tanto como a mí me gustó escribirlos.
NAVIDADES INESPERADAS
Me
despierto un día más cobijada por la suave brisa que cuela por la ventana y sus
protectores brazos me acurrucan dándome calor. Me giro en ellos y contemplo su
rostro, ese con el que cualquier mujer soñaría pero que es solo para mí. Sus
duras facciones se relajan cuando se entrega a los brazos de Morfeo y me
permite contemplarlo tranquilo, como me encanta observarlo. Diría que es la
perfección hecha hombre y no estaría mintiendo.
Sus
bellos ojos del color del chocolate permanecen ocultos tras sus párpados, y yo
veo extasiada como sus espesas pestañas le dan una mayor belleza a su rostro.
De sus labios se escapa un ligero sonido y de inmediato mi vista se va a ellos,
tan carnosos y sensuales que tengo que contener las ganas para no lanzarme a
devorarlos. Mis ojos continúan descendiendo y se anclan en ese trabajado cuerpo
que se entrevé a través de la fina sábana. «¡Dios, está para comérselo!» pienso
mientras me obligo a retener las manos a los lados de mi cuerpo para no
despertarlo.
Vuelvo
a elevar mi mirada y me detengo en esa sonrisa traviesa que ahora se dibuja en
su cara. Sin poderme resistir, beso suavemente sus labios y, zafándome de sus
brazos, me incorporo muy despacio. Me calzo las zapatillas y mientras salgo de
la habitación me voy recogiendo la larga melena rubia en una coleta.
La
casa está en un completo y envolvente silencio, Nueva York aún duerme pero yo
tengo obligaciones que atender. Empiezo a preparar el desayuno como me encanta
hacer cada mañana mientras él duerme y, cuando estoy a punto de verter el café
en las tazas, siento sus brazos rodeándome por la espalda, sobresaltándome.
Dejo
caer mi cabeza hacia atrás y él aprovecha el momento para darme pequeños besos
por el cuello, estremeciéndome.
―
Te echaba de menos ―me
susurra al oído―. ¿Qué haces tan pronto levantada? Es muy temprano, volvamos a
la cama.
―
No puedo, Sam ―me giro
entre sus brazos quedándome frente a sus ojos, esos que ahora puedo contemplar
sin ningún impedimento y, como siempre, me atrapan―. Tenemos mucho trabajo en
la jefatura de policía, parece que las fiestas navideñas no dan tregua y que
los asesinatos se incrementan; supongo que la crispación por la crisis se hace
aún más patente en estas fechas y la violencia aumenta… ¡Se me ha ocurrido una
idea! ―exclamo con ganas de pasar todo el tiempo posible a su lado―. Tengo
mucho papeleo que arreglar antes de la noche de navidad y no me vendría mal una
ayudita ―le dejo caer seductoramente antes de separarme de él, contoneándome
hasta la cafetera para verter el contenido en dos tazas.
―
He de terminar con los
últimos informes, tengo al jefe pidiéndomelos desde hace varias semanas ―mi
cara de tristeza parece afectarle y, con un tono de voz tan disgustado como el
mío, se intenta explicar―: ya sabes lo impaciente que es y no quiero darle
motivos para que se enfade ―se acerca a mi quedándose a buena distancia, viendo
como me desenvuelvo en la cocina.
Al observar
que tengo dos tazas con café, tiende su mano para que le dé una.
―
Antes quiero mi beso
de buenos días ―lo chantajeo.
―
¿Y qué hay del mío? ―se
queja.
―
Ya te lo di pero estabas
tan dormido que no te diste cuenta.
―
Eso no vale, Eve ―me
reprende rodeándome por la cintura―. ¿Si te doy tu beso me dejarás sorprenderte
la noche de navidad?
―
¿Me estás
chantajeando, Sam?
Me
mira fijamente y me atrae hacia él. Sin poderme contener me muerdo el labio
inferior e inmediatamente mis dientes son sustituidos por los de él antes de
besarme. Un beso tierno que pronto se torna en uno lujurioso que provoca que
mis piernas tiemblen y ni yo misma sepa cómo son capaces de sostenerme.
―
Debo volver al trabajo
―le digo con la respiración entrecortada. Él asiente sin alejarse de mí, con
sus brazos rodeándome aún por la espalda―. No me lo pongas difícil. Te prometo
que estaré pronto en casa ―le aseguro antes de besarlo dulcemente.
De
repente la melodía de Thinking out loud de Ed Sheeran comienza a sonar,
rompiendo la magia que se ha creado. Rápidamente me separo de sus brazos y me
acerco a la isla de la cocina donde se encuentra mi móvil.
―
¿Qué ocurre, Holly?
Holly
es mi compañera en jefatura, donde trabajamos. Fue la primera persona que
conocía cuando, hace diez años, comencé a ejercer mi profesión. Ambas hemos
llevado vidas paralelas desde entonces y eso ha hecho que nos unamos mucho.
Hace años que la considero mi mejor amiga pero eso nunca la ha llevado a
llamarme cuando el sol apenas alumbra la mañana. Nunca hasta hoy.
―
Tenemos un nuevo
asesinato.
―
Toda una novedad ―se
me escapa una risa debido a los besos que Sam me da por el cuello, provocándome
un gran cosquilleo.
―
¿Qué te hace tanta gracia?
―su voz cesa y cuando vuelve casi me atraganto―. Claro, ¿cómo no lo he pensado
antes? ¡Estás con tu novio! Chica, me tienes muy poco informada, te recuerdo
que soy tu amiga y debo saberlo todo. Dime, ¿quién es? ¿Cómo lo conociste?
Aunque
no tenemos secretos la una con la otra no puedo confesarle que estoy saliendo
con nuestro compañero. Las relaciones íntimas entre trabajadores están
prohibidas y pese a que fue inevitable que, cuando Sam y yo empezamos a salir
hace tres meses, se diese cuenta de que estaba más contenta de lo habitual y no
tuviese otra opción que confesarle que salía con alguien tras su insistencia,
nunca he admitido que se trata de nuestro compañero.
―
Respira amiga ―le pido
intentando conseguir tiempo para salir de aquel lío en el que me he metido―. Te
voy a matar, Sam ―le reprendo tapando el auricular y dirigiéndome a él que se
encoge de hombros como si quisiera decirme que no tiene la culpa―. Te prometo
que te lo contaré todo, amiga, pero ahora no ―le comento intentando salir del
paso―. Por favor, háblame del asesinato.
―
Eve Jones, ¿qué parte
de todo no entendiste?
―
Holly, por favor, que
lo tengo a mi lado y no quiero hablar de él para aumentar su ego ―me excuso.
―
Está bien, pero de hoy
no pasa ―la escucho maldecir algo ininteligible a mis oídos―. Será mejor que
vengas al lugar del crimen para verlo tú misma, y llama a Sam, este asesinato
es de los que a él le gusta.
―
Solo iré yo, nuestro
compañero tiene mucho trabajo atrasado y me dijo ayer que estos días se lo
pasaría redactando informes en su casa. Mándame la dirección y nos vemos allí ―le
pido dando por terminada la conversación.
En
cuanto suelto el móvil Sam se aleja de mí sabiendo lo que le espera.
―
¿Se puede saber en qué
pensabas? Casi nos pilla y todo porque no te puedes estar quieto. Ahora me
tocará soportar sus preguntas durante todo el día. Ésta me la pagas ―le
advierto intentado no sonreír ante su cara de súplica para que no sea dura con
él, pero no puedo evitar que se me escape una sonrisa, gesto que hace que él
suspire de alivio y se acerque a mí rodeándome nuevamente por la cintura.
―
¿No crees que ha
llegado el momento de que todos lo sepan? Son nuestros amigos, acabarán enterándose
y ya sabes como son. No se van a comportar de un modo muy benevolente con
nosotros habiéndoles ocultado nuestra relación durante meses. Ya Thom se cobra
un presupuesto por mantener la boca cerrada. ¿Quieres saber cuánto me está
costando? Y eso es solo él, imagínate si se llegasen a enterar Gary y Holly. De
esa no salimos vivos.
Thom y
Gary son dos hermanos que conforman la plantilla de policías de homicidios
junto con Holly, Sam y yo. Pese a su parentesco, son dos polos opuestos, moreno
contra rubio, seriedad frente a diversión, mujeriego versus fiel. La cara y la
cruz de una misma moneda.
―
Sam, te recuerdo que
las normas de la comisaría son bien estrictas. Y ahora me tengo que ir o me
tocará volverme a excusar con Holly.
Me dirijo
hacia la puerta de mi casa seguida por él pero antes de que mi mano roce el
picaporte la suya se aferra a mi brazo y me hace girar para que nuestros ojos
se encuentren.
―
Te veo esta noche en
mi casa, cariño. Te extrañaré.
―
Y yo a ti, Sam.
Un cadáver aparecido en el tejado de una de las casas más lujosas
del conocido y prestigioso barrio de Upper East Side, me mantiene ocupada todo
el día. Un hombre vestido de Papá Noel había sido asesinado y colocado de tal
manera que obstruía la chimenea de una de las familias más adineradas de la
zona, la cual no pensaba en nada que no fuese que alejaran el cuerpo de su casa
para poder hacer uso de la chimenea.
«¡Viva el espíritu de la navidad!» ironizo mientras conduzco con
rapidez hacia mi casa después de un largo día de trabajo. El caso resultó ser
más complejo de lo que esperábamos, llevándonos a una madre con problemas de
bipolaridad que, en uno de sus brotes, asesinó a su hijo al creer que la
enfermedad heredada de ella podría llevarle a causar daños a otras personas.
Exhausta, abro la puerta y me recibe mi adorado compañero: Misty,
mi blanco gato persa. Con él tras mis pasos me dirijo hacia el interior
mientras pienso en la noche que me espera. Lo que en un principio iba a ser una
cena navideña de pareja se ha convertido en una multitudinaria a la que se han
apuntado los padres de Sam y los míos así como los compañeros de la comisaría,
a excepción del jefe que tenía compromisos con la familia de su mujer. Toda una
cena de presentación oficial, lo que menos me apetece después del duro día que
hemos tenido en la jefatura.
Con
escaso tiempo me dispongo a arreglarme cuando, para mi sorpresa, veo un
precioso vestido negro con un escote en la parte trasera que deja al
descubierto la espalda. Junto a él, unos bonitos zapatos dorados hacen juego
con el bolso. Al acercarme un poco más observo una nota junto a él.
No pude resistirme a comprártelo, es perfecto para ti.
Te quiero.
Sam.
Leo
una y otra vez la nota, asombrada y maravillada ante su regalo. Me parece un vestido
poco apropiado para esta noche pero aun así solo pienso en ver su mirada cuando
me contemple con su regalo y darle las gracias. Dejo que su regalo resbale por
mi cuerpo y constato que lo conoce mejor que yo: me sienta como anillo al dedo.
Me
suelto la melena, ondulándola un poco para darle un toque desenfadado, me calzo
los zapatos y cojo el bolso. Estoy lista para disfrutar de mi primera navidad
junto al hombre de mi vida.
Llamo
a su puerta nerviosa como una adolescente que va a presentarle a su familia su
primer novio, pero cuando me abre y veo sus magnéticos ojos, todos los nervios
desaparecen y una sonrisa se dibuja en mi rostro, contagiándolo a él.
―
Estás preciosa ―me tiende
una mano invitándome a entrar―. Sabía que era para ti ―sus labios se encuentran
con los míos y ese beso se va alargando como si no nos saciáramos nunca.
―
Gracias, Sam ―musito
en sus labios.
Cuando
nos separamos puedo comprobar que está radiante, sus ojos tienen un brillo
especial y no deja de sonreír. Derrocha felicidad, la cual es compartida por
ambos.
―
¿Me ayudas a terminar
de vestirme, cariño? Nunca se me han dado bien elegir corbatas para noches
especiales―agarrándome por la cintura me anima a caminar con él hasta su
dormitorio.
―
Con esta camisa color
lavanda que has elegido y este pantalón negro estás muy guapo, no te hace falta
nada más, amor.
Sam,
que había estado observando todas las corbatas mientras le hablaba, fija sus
ojos marrones en mí.
―
¿Me acabas de decir lo
que yo creo haber escuchado? ― no le respondo y me limito a perderme en sus
ojos―. Te quiero, Eve.
―
Lo sé ―mis labios
buscan los suyos y tras unos segundos, se separa.
―
Tenemos algunas cosas
que terminar antes de que lleguen todos.
Asiento
y nos dirigimos hacia al salón, tan amplio y espacioso como el resto de la
casa. Allí terminamos de arreglar los preparativos para la noche.
La
tormenta de nieve caída durante la tarde parece haber amainado, quedando una
espesa capa blanca que lo cubre todo. Desde las ventas veo tanto a ancianos
como a niños pequeños corriendo de un lado a otro para volver a sus casas. Sus
brazos me rodean mientras contemplo el paisaje, sintiendo que me daría igual
estar bajo aquella nieve que en el loft mientras que fuera junto a él. Sam es
quien me resguarda del frío dándome calor, entre sus brazos me siento segura y
protegida. Es mi hogar, donde quiero volver tras un largo día en la jefatura,
donde nada podría pasarme porque estamos juntos.
Durante los cinco años que ha estado a mi
lado como compañero he descubierto lo diferente que es del resto de hombres que
he conocido. He comprendido lo que es tener a alguien en quien confiar y con
quien contar. A su lado he vuelto a ser esa niña que un día fui, enseñándome a
disfrutar de esos pequeños detalles que ahora son un ritual en nuestras vidas,
como el roce de nuestras manos al tomar el café que con tanto esmero me prepara
cada mañana y me lleva a mi despacho.
Respirando mi aroma me susurra, sacándome
de mis pensamientos:
―
¿Cuál era ese regalo que me tenías
preparado?
Dejo el paisaje atrás y me giro para quedar
frente al intenso chocolate que son sus ojos en los que me encanta perderme.
―
Ten paciencia y pórtate bien, o de lo
contrario solo descubrirás cual es mi castigo.
―
¿Y no habría alguna forma de que pudiese
tener ambas cosas? ―me acerco a él cubriendo ese escaso espacio que queda entre
los dos.
―
En la vida no se puede tener todo ―le
recuerdo rozando mi dedo con su nariz, el cual es atrapado con destreza por sus
labios, besándolo.
―
Si se lucha por lo que se quiere se acaba
consiguiendo, Eve, ¿o es que acaso no lo sabías?
―
No hasta que te conocí
a ti.
Sus
labios buscan los míos pero en ese momento suena el timbre, acabando con lo que
iba a ser un juego de alto voltaje.
―
Será mejor que vayas a
abrir, Sam, recuerda que eres el anfitrión.
―
Y, ¿cómo...?
―
Ya veremos cómo se lo
decimos a nuestros compañeros, cariño, de momento trata de comportarte con
naturalidad ―le recomiendo respondiendo a la pregunta que sé que se está
haciendo.
El
timbre vuelve a sonar y esta vez me mira intensamente una vez más antes de
abrir la puerta.
―
Hijos, ya sé que
queréis aprovechar el tiempo que estáis a solas pero, ¿no podíais esperaros un
poco? Que tus padres están helados ―se queja Allison pasando con varias bolsas para
dejarlas en la barra de la cocina seguida de Peter.
Allison
y Peter son un matrimonio muy peculiar. Ambos escritores, forman una pareja
moderna que hace que nadie sospeche que son padres del hombre del que estoy
enamorada.
―
Eve, estás muy guapa ―comenta
Peter mientras se termina de quitar la bufanda―. Ese vestido te queda de
maravilla.
―
Es cierto ―corrobora Allison―.
Te ves preciosa.
―
Gracias por los halagos
pero el mérito es de vuestro hijo, él me lo compró ―les explico con una boba
sonrisa mientras que Sam se acerca a mí y me rodea por la cintura.
―
Le he enseñado bien
―comenta Allison guiñándome un ojo.
Los
tres comenzamos a reírnos mientras él pone cara de enfado, aunque sé que
realmente se alegra de la complicidad que tenemos «las personas más importantes
de su vida», como suele llamarnos.
Una
vez más suena el timbre, interrumpiendo nuestras risas.
―
No os preocupéis, ya
abro yo, que no quiero que mis invitados se congelen esperando ―una mirada de
reproche fingido se cruza en los ojos de Allison antes de dirigirse hacia la
puerta.
―
Te tocará escucharla
hablar sobre ese tema toda la noche, hijo ―le susurra Peter pasando su mano
sobre el hombro de él.
Sam
suspira resignado asintiendo a su padre, sabiendo que cuando a Allison se le
mete algo en la cabeza no para hasta que se le olvida. Conmigo de la mano se
acerca a la puerta. Cuando su madre abre, ambos nos separamos inmediatamente, y
de fondo escuchamos la divertida risa de su padre.
Holly
entra agarrada del brazo de Thom, lo que levanta mis sospechas. «Parece que no
somos los únicos que guardamos un secreto» pienso mientras trato de contener la
pregunta que quiere salir de mis labios. Tras ellos, Gary junto a Hilary, su
mujer, hablan entre risas cómplices. Por último, mis padres cierran el grupo.
―
Estás preciosa, Eve
―musita mi madre dándome un cálido abrazo y un beso antes de dirigirse a mi
chico―. Hola, Sam ―comenta con una sonrisa que él le devuelve.
―
Hola Emily ―la abraza
antes de dirigirse hacia mi padre―. Me alegra volver a verte, Billy.
Holly,
tras saludar a Allison, se acerca a mi lado, mientras yo permanezco junto a Sam.
La veo observarme de arriba a abajo con los ojos abiertos como platos. «¿Qué le
ocurre? ¿Por qué me mira así?» me pregunto pero antes de que sea capaz de
trasladarle mis dudas, ella me las resuelve.
―
Vaya Eve, parece que
vengas pidiendo guerra ―comenta lo suficientemente alto como para que mi pareja
se entere.
Sam y
yo nos miramos temiendo que Gary se haya ido de la lengua, pero este, que ha
permanecido atento a nuestra conversación aunque en un segundo plano, niega con
la cabeza así que los dos descartamos la idea y seguimos saludado a nuestros
compañeros.
La
cena transcurre con normalidad, entre conversaciones sobre el caso del santa
secreto, lo que haremos en la semana de vacaciones que se toma la séptima
relegando los casos a la vigésima, llegando incluso a hablar sobre nuestra etapa
de estudiante tras interesarme por los estudios de Valerie, la hija de Gary y
Hilary.
Llega
la hora del postre y aunque a la vista de nuestros compañeros yo soy una invitada
más, no es así, de modo que, como tengo por costumbre desde hace un mes que vivimos
juntos, me levanto para ayudar a Sam a servirlo.
―
Eve, ¿adónde vas? ―la
cara de curiosidad de Holly me hace darme cuenta de que estoy entre amigos que
no saben nada de nuestra relación.
―
Sa… Sam necesita un poco
de ayuda con los postres ―el tono de mis mejillas comienza a tornarse rojizo.
―
¿A qué viene ese
titubeo? ―inquiere Thom con curiosidad.
Todos
permanecen expectantes. Mis padres y los de mi chico se miran y puedo ver una
ligera sonrisa en los rostros de los cuatros. Sam y yo cruzamos nuestras
miradas, entendiéndonos a través del lenguaje que hablan nuestros ojos. Ha llegado
el momento y aunque no hemos tenido tiempo de acordar cómo se lo diremos,
tenemos claro que será juntos. Sam se acerca a mí y se dirige hacia los chicos
y nuestra familia.
―
Tenemos algo que deciros
―me pasa su brazo por la cintura atrayéndome hacia él―. Eve y yo estamos
juntos.
Gary
sonríe, Thom no da crédito, y Holly...
―
¡Ya era hora de que
nos lo contarais!
―
¿Tú lo sabías?
―pregunta Thom sorprendido.
―
Pues claro.
―
¿Desde cuándo? ―le
pregunto recordando todos sus interrogatorios y su insistencia por conocer a mi
novio a las que he tenido que hacer frente las últimas semanas.
―
Lo sospechaba desde
aquella escapada a Los Hamptons hace dos meses. Cuando Thom y Gary me contaron
que te ibas con tu novio y que Sam solo te preguntó con quién, supe que algo
pasaba. ¿Desde cuándo Sam se ha quedado tranquilo sabiendo que estás con otro
hombre que no sea él? Si desde que entró el primer día en la comisaría no ha
apartado los ojos de ti ―no puedo más que asentir mientras entrelazo la mano
con la de él. Sam me ha reconocido en muchas ocasiones que fue un flechazo,
sintió algo por mí desde que nos conocimos y no cesó en su empeño por
conquistarme. Y cuatro años después, aquí estamos, enamorados como nunca antes
lo hemos estado―. Ahí no tuve ninguna duda de que algo había cambiado entre
vosotros, y el hecho de que reusaras presentarnos a tu novio provocó que
saltaran todas las alarmas. Solo una relación que quisieras ocultar por encima
de todo te llevaría a estar tan absorta, así que con todo esto di por sentado
que habías decidido dar el paso y daros una oportunidad.
―
¿Era el único que no sabía nada de esto, Eve?
―me pregunta Thom asombrado tras creerse que ha sido el último en conocer la
noticia.
―
Y yo que pensaba que
Gary era el único que lo sabía y se estaba llevando una comisión por mantener
la boca cerrada ―musita Sam, sin hacer caso a la pregunta de nuestro compañero,
sorprendido ante la declaración de Holly―, y al final resulta que tú también lo
sabías ―comenta dirigiéndose a mi amiga.
―
¿Tú también estabas al
corriente, hermano? ―cuestiona Thom―. Deberías habérmelo dicho, lo hubiésemos
desplumado entre los dos.
―
No te preocupes por
eso, Thom, Gary ya lo hizo con entradas para los Knicks, pases bips para él y
Hilary para conciertos como Katy Perry o Bruno Mars, además de tenernos a Eve y
a mí haciendo todo el papeleo que le toca a él, cuando se toma las tardes
libres para estar con su mujer, pero eso ya se acabó ―exclama Sam triunfante.
―
Ya podríais haberos
esperado a que terminase la final de los Knicks que es ésta semana ―bufa Gary
desilusionado al saber que se quedará sin ir al partido.
―
De eso nada, tío ―niega
Thom desconcertado.
En ese
momento mi padre se levanta y se acerca hasta nosotros, dándome un cariñoso
abrazo. Mi madre lo imita segundos después.
―
Nos alegros mucho por
los dos ―la sonrisa no desaparece del rostro de mi padre, mostrándonos la
felicidad que siente.
―
Me alegro que no estés
sola y tengas a alguien a tu lado, cariño ―me dice mi madre, emocionada pese a
que lo sabe desde hace un mes, momento en que Sam y yo decidimos hablar con
nuestros padres y contárselo―. Espero que cuides bien de ella, Sam.
―
Lo haré, la protegeré con
mi vida si es necesario, Emily.
Ante
sus palabras mis mejillas comienzan a cobrar color sin previo aviso. Llevando
cuatro meses con él sigue poniéndome colorada ante sus palabras. Me acerca aún
más a él, dándome un cálido y dulce beso en la mejilla antes de susurrarme al
oído, para que sólo yo pudiese oírlo: «te quiero, mi amor».
Finalmente
todos nos felicitan, felices porque después de tantos años en los que nos han
visto jugar al ratón y al gato, estamos juntos, y nos pasamos la noche
contándoles como cedí a sus brazos o como nos hemos estado ocultando de todos,
especialmente del jefe.
―
Por fin podréis dejar
de esconderos, vuestros jueguecitos empezaban a resultarme incómodo ―confiesa Gary.
―
¿Jueguecitos? ―pregunta una curiosa Holly―.
¿De qué clase?
―
De todos ―me corta Gary
provocando una sonrisita en Holly―. Desde pillarlos en el coche patrulla hasta
en la sala de descanso.
Yo me
pongo colorada de la vergüenza y Sam, atento a mí en todo momento, cesa el
juego.
―
Deberíais haber visto
las caras de Gary.
Todos comienzan
a reír imaginándolo en cada escena, lo que consigue calmar el ambiente, provocando
que vuelva a relajarme.
―
Gracias – le susurro
al oído.
―
De nada, mi amor.
Tras
la cena y un par de copas, Holly se despide de nosotros alegando que tiene
muchas cosas que arreglar al día siguiente antes de irse de vacaciones.
―
Me vas a pagar que no
me hayas contado lo tuyo con Thom ―le advierto antes de que se marche.
―
¿Thom y yo? No sé de
qué me hablas ―me responde con una sonrisa haciéndose la tonta.
A los
pocos minutos este asegura que debe irse porque al día siguiente debe madrugar
ya que el jefe lo ha citado temprano en la comisaría. Su escusa parece
convencer a todos pero a mí no me engañaba. Holly me va a contar todo, no se
puede negar después de no haberse callado durante la cena.
Gary y
Hilary se marchan poco después, tienen a la pequeña Valerie con una vecina y no
quieren causarle molestias, y mis padres se van con ellos tras estos ofrecerse
a llevarlos.
―
Nosotros también nos vamos,
hemos quedado con unos amigos ―comenta Allison con una pícara sonrisa antes de
giñarme un ojo―. Disfrutad ahora que estáis solos ―sus palabras hace que, una
vez más en esta noche, me ruborice―. Os quiero, hijos ―confiesa a modo de
despedida, secundada por su marido.
Tras
cerrarse la puerta, como si hubiese estado esperando que los invitados se
marchasen, la luz se va, quedándose el loft iluminado únicamente por algunas
velas que hay en la mesa y otras situadas estratégicamente para darle al
espacio un toque navideño.
Sus
brazos me hacen estremecer ante su inesperado contacto y su calidez. Me giro
quedando frente a él que se encuentra entre una mezcla de luces y sombras que
lo hace aparentar ser un hombre misterioso.
―
Parece que nos hemos
quedado solos ―murmura arrastrando las palabras.
―
Sí ―susurro.
―
¿Y qué hay de mi
regalo? ―fuertemente me atrae hacia él, provocando que dé un respingo.
―
¿Crees que te has
portado bien, que te lo mereces?
―
Vamos, Eve, he sido
muy bueno, te he salvado de los comentarios de Gary.
―
Mmm, veo que ya no
tienes interés por el castigo.
―
Primero el premio, mi
regalo, ya luego veré como consigo que me digas cuál era el castigo ―sus labios
rozan los míos y yo no me hago rogar, profundizando en ese beso con urgencia.
―
¿No querías saber cuál
era tu premio, Sam? ―le pregunto sensualmente.
―
Con ese vestido que
llevas no puedo concentrarme ―vuelve a besarme provocando que se me escape una
sonrisa sabiendo que estoy consiguiendo mi objetivo: volverlo loco.
Lo
tomo de la mano y, en penumbra, lo llevo hasta el sofá, donde nos sentamos. Con
cuidado acerco una vela hasta la mesa para que nos podamos ver, permitiéndome
observar en sus ojos la expectación ante mi regalo.
Le
paso un pequeño paquete envuelto que el desenvuelve con rapidez. Al verlo, una
sonrisa se dibuja en su rostro. Con entusiasmo recorre las letras grabadas en
el lateral del helicóptero teledirigido. Le acerco la vela para que pueda ver
las palabras «te amor» grabadas y entonces vuelve la luz, pudiendo ver como en
sus ojos se dibuja un brillo especial.
Junto
al helicóptero, una carta con letra meticulosamente cuidada se desliza entre
sus manos.
―
¿Por qué no me la lees
tú, mi amor?
Rozando
sus manos tomo la carta.
"Este
helicóptero te recordará siempre lo que significas para mí. Aunque no te lo
suelo decir con palabras ―como ya sabes me cuesta expresarme―
pese a que tú nunca me presionas y me das espacio para que encuentre el momento
adecuado; aunque sepas lo que siento y no me pidas que te lo diga, quiero que
lo sepas.
Verte jugar con el helicóptero teledirigido siempre me ha hecho sonreír, eres
en muchas ocasiones como un niño pequeño atrapado en el cuerpo de un adulto, y
eso me encanta, porque me llevas a explorar ese dulce e inocente mundo. Pero a
su vez puedes llegar a ser el hombre más maduro que conozco, un excelente amigo
y el mejor amante.
Ha llegado el momento de que lo escuches y no sólo lo sepas: te quiero, Sam".
Le tiendo
la carta y, mirándolo a los intensos ojos que brillan como nunca antes lo han
hecho, vuelvo a dejar salir de mi garganta lo que tanto tiempo ha estado
esperando.
―
Te quiero ―sello mis
labios con los suyos en un beso único, especial, diferente a todos aquellos que
le he dado.
―
Eres maravillosa, Eve.
Te quiero, cariño ―me susurra en los labios.
De
repente se aparta de mí sin dejar de sonreír y me acerca un sobre. Con cuidado
ya que no sé sin el contenido puede sufrir daños, saco un álbum digital en cuya
portada se puede ver una foto nuestra tomada en Los Hamptons. Con una pulcra letra,
como si estuviese escrita con tinta y las antiguas plumas, estaban impresos
nuestros nombres entrelazados por unas esposas. Al pasar las páginas veo fotos
de nuestros cuatro años juntos en la comisaría e incluso diversas fotos mías
dormida o mientras cocinaba en su cocina llevando su ropa puesta, otra de
nuestro primer despertar juntos,...
―
Es precioso Sam, te
amo ―le respondo ante su mirada expectante.
―
Yo también, mi amor.
Me
atrae por la nuca hacia él volviéndome a besar con pasión, desatando en escasos
minutos la lujuria. Me toma entre sus brazos elevándome del sofá sin dejar de
besarme hasta llevarme a su habitación.
―
¿Sigues sin querer
saber cuál iba a ser tu castigo? ―le pregunto con una sonrisa traviesa sabiendo
cual va a ser su respuesta.
―
Creo que puede esperar
a otro día.
Me
dejó en su cama besando todo mi cuerpo mientras yo me entrego a él, amándonos
como nunca antes lo hemos hecho.
*************
DOMINGO
EN FAMILIA
Una
capa blanca cubría como un manto cada rincón de Madrid. La capital del país,
que raras veces recibía una intensa nevada como la de aquel día, se convirtió
con rapidez en una ciudad fantasma. Los ciudadanos, acobardados por el frío y
aislados por la copiosa nieve, permanecían en sus casas esperando que pasase el
temporal. Solo unos pocos atrevidos salían de sus hogares para jugar con la
nieve.
Pequeños y esponjosos coposo caían con fiereza de manera
continuada sobre edificios y carreteras, sobre calles y parques, dándole un
aspecto mágico y brillante a la ciudad.
Cobijados del frío, un familia disfrutaba de una tranquila tarde
de domingo. Lo que no sabían es que ningún día es igual a otro, que todos
tienen algo diferente que los hace especiales, y estaban a punto de averiguarlo.
― Cariño, voy a llevar a Mark a su habitación. Se está
quedando dormido mientras recogemos la mesa.
― Te espero aquí, Iván. ―El periodista rodeó a su mujer por
la cintura, instándola a girarse para darle un beso―. No tardes ―le susurró al
oído.
El joven de intensos ojos negros y cuerpo de deportista sin
llegar a serlo, caminaba acercándose al sofá con cuidado para no hacer ningún
ruido que pudiese despertar al pequeño.
Todos solían decir que Mark había heredado los rasgos de su
madre, como el color de sus almendrados ojos y su sonrisa, sin embargo era
igual a él en su carácter. Cariñoso y tremendamente curioso, era un niño al que
le encantaba estar rodeado de personas que jugasen con él, no asustándose de
nadie aunque no lo hubiese visto nunca. Su simpatía hacía que todos lo adorasen.
Iván se colocó frente a su hijo, doblando las rodillas para
agacharse y quedar a su altura. Con devoción, le apartó el pelo revuelto de su
cara y besó su frente. Se quedó observándolo unos segundos antes de tomarlo
entre sus brazos, provocando que el pequeño se moviese, adormilado, y se
acurrucase en el pecho de su padre.
Natalia, que desde la cocina no se perdía detalle, esbozó
una sonrisa ante la estampa familiar que tenía delante. Su marido nunca dejaba
de sorprenderla con esa madurez que demostraba cuando se trataba de su hijo.
Era algo extraordinario que le salía de forma innata y que ella admiraba ya que
su instinto maternal tardo en hacer acto de presencia, para ser exactos no
irrumpió en ella hasta que le vio la carita a Mark.
El periodista se dirigió a la habitación de su hijo, la que
había acondicionado con un decorado en tonos beis y celeste y todas las
comodidades para un niño de apenas dieciséis meses. Con mucho cuidado le quitó
los zapatos y lo metió en la cama, abrigándolo con las mantas. El pequeño se
movió entre ellas y volvió a sumirse en un profundo sueño. Iván sonrió,
comprobando con ternura la réplica de su mujer. Activó el intercomunicador y
besó su sonrosada mejilla antes de apagarle la luz y salir del cuarto dejando
la puerta abierta.
Natalia estaba esperándolo en el sofá cuando bajó de
acostar a Mark.
― Pensaba que te reclamaría para que le leyeses un cuento ―Iván
se sentó junto a ella y la atrajo hacia él, rodeándola con sus brazos para
darle un cálido beso en la frente―, pero estaba tan cansado que no se ha
despertado cuando lo he metido en la cama.
― Creo que vamos a tener que cambiar ese hábito de que tú
le leas por la noche y yo a la hora de la siesta. Si nos turnamos y cada día lo
hacemos uno, no habrá problema de que nos reclame a uno de los dos en concreto.
―Él asintió y besó el cuello de su mujer, arrancándole una sonrisa―. Se
despertó muy temprano esta mañana y se ha pasado el día jugando con la nieve.
No me extraña que esté agotado.
― Mark no puede estar quieto.
Natalia asintió y recostó su cabeza en el pecho de su
marido.
― Parece mentira que ya haya cumplido su primer añito de
vida.
― Ha pasado muy rápido ―corroboró Iván.
― Y casi sin darnos cuenta. Recuerdo como si fuese ayer
cuando, una semana después de casarnos, te dije que íbamos a ser padres.
― Estábamos de viaje en Canadá y me asustaste cuando comenzaste
a sentir mareos y náuseas matinales. Cuando te hiciste el test y me diste la
noticia fui el hombre más feliz del mundo. Y ahora tenemos a un precioso niño.
Ella se giró y atrapó los labios de su marido en un dulce
beso.
― ¿Qué te parece si aprovechamos que Mark duerme para ver
una película? ―le sugirió Natalia.
― Elígela tú. Yo voy a por un par de copas de vino.
Asintió y tras ver como su marido se levantaba lo imitó y se
dirigió hacia la habitación que habían bautizado como «sala de cine», donde
tenían toda clase de películas, desde multitud de terror ya que a ambos les
encantaba, hasta infantiles para Mark. Pasó la vista por las estanterías hasta
llegar a una de sus favoritas y que para aquel día le parecía ideal.
Cuando volvió al sofá, él ya estaba allí.
― ¿Pretty Woman? ―preguntó.
― ¿No te gusta? ―Se acercó al televisor para encender el
reproductor de DVD.
― No, no es eso. Es solo que esperaba otra película, pero
está bien.
Natalia se sentó junto a su marido y se acurrucó entre sus
brazos, su lugar favorito, ese en el que se sentía arropada y querida.
Poco a poco, el cansancio de días sin dormir por el
estresante trabajo de ambos unido al cuidado de Mark fue haciendo acto de
presencia, provocando que se quedasen dormidos.
El llanto del pequeño los despertó una hora después a través
del intercomunicador que colocaron en la mesa delante de ellos. Preocupados por
lo que le pudiese suceder, se levantaron como un resorte y subieron deprisa las
escaleras.
En la habitación, el pequeño lloraba empañando de lágrimas
sus marrones ojos.
― Cariño, ya estoy aquí ―le susurró Natalia, tomándolo entre
sus brazos para acunarlo―. Mamá está aquí.
Iván observaba la escena desde el dintel de la puerta con
una sonrisa en su rostro. Verla con Mark era la imagen con la que soñó desde
que la conoció un día como aquel seis años atrás.
Su hijo seguía llorando, aunque las palabras de su mujer hacían
que poco a poco se calmase.
― ¿Quieres jugar en el salón con tus juguetes? ―Mark sonrío
ante lo que su madre le proponía―. Mira, ¿ves quién te está mirando desde la
puerta? Llama a papá para que te lleve con tus juguetes ―lo alentó deseosa de
escuchar a su hijo hablar.
― No lo fuerces. Él solo lo hará ―trató de animarla él
mientras le tendía los brazos a su hijo, quien inmediatamente se inclinó hacia
él―. Vamos a enseñarle a mamá los animales que el abuelo te ha comprado ―le iba
diciendo a su hijo mientras bajaba las escalares con Natalia tras él―. ¿Verdad
que son bonitos?
Cuando llegaron al salón Iván dejó al pequeño en la
alfombra que le habían comprado y el pequeño se fue gateando hasta el cesto
donde guardaba los juguetes.
― ¿Dónde va? Lo que mi padre le compró está en el sofá ―le
comentó Natalia a su marido.
― Irá a por otro juguete ―le contestó mientras pensaba en
las posibilidades que tenía de que su plan saliese bien. Volvió a sentarse en
el sofá e invitó a su mujer a hacer lo mismo.
Segundos después, el pequeño volvía con un coche de juguete
simulando los de la policía de Nueva York que su tío le regaló en su primer
cumpleaños, alegando que tenía el mismo espíritu que él y que cuando fuese
mayor sería compañero suyo en la comisaría, algo con lo que todos rieron. El
pequeño apenas comenzaba a andar y su tío ya le veía alma de policía. Se acercó
a sus padres y levantó los brazos hacia Natalia para que lo cogiese.
― Mira que nos ha traído este pequeñín. ―Iván observaba a
su hijo con interés jugar con el coche y decidió que aquel era el momento, por
lo que señalando a su mujer le preguntó a Mark―: ¿Se lo das a…?
― Mamá ―contestó con soltura, como si hubiese estado
hablando toda su corta vida.
― Si hijo, soy tu... ¡Iván, ha hablado! ―Natalia sonreía a
su marido, ilusionada ante el acontecimiento―. Dios mío. ¡Acaba de decir su
primera palabra! ¿Vuélvelo a repetir, Mark?
― Mamá. Mamá ―decía sin parar, como si fuese lo más obvio
del mundo y sus padres no lo entendiesen.
― Feliz San Valentín, mi amor ―le susurró al oído Iván
antes de darle un tierno beso ante la risita de felicidad de Mark que por unos
instantes les hizo creer que a su corta edad comprendía la situación que
acababan de vivir―. Espero que te guste tu regalo.
― ¿Tú has…? ―trató de preguntarle pero no le salían las
palabras a causa de la emoción.
― Llevo semanas enseñándole a decir mamá. Ya sé que
quedamos en no hacernos regalos por San Valentín, pero quería que este día
fuese especial para ti por ser en el que escuchaste por primer a nuestro hijo
llamarte como lo que eres, su madre.
― Cariño, es precioso ―le aseguró aún emocionada volviendo
a unir sus labios con los de él―. Te quiero.
― Y yo a ti, mi vida ―le susurró rodeándola con sus brazos
mientras contemplaban como su pequeño jugaba con el coche sin dejar de repetir
«mamá»―. Ahora presiento que no va a dejar de llamarte… No sé si he hecho algo
bueno o malo― se miraron y estallaron en carcajadas.
― Has creado un pequeño monstruito ―bromeó Natalia―. Has
hecho algo muy bueno que no olvidaré jamás. Feliz San Valentín, amor.
De este modo, un domingo que se presagiaba tan simple como
otro cualquiera, se convirtió en uno de los más importantes en la vida de Iván
y Natalia.